Tras un debate alrededor del concurso Pasaporte para un artista, donde la instalación Los Varios Perú de Fernando Prieto obtuvo el primer lugar, se ha hecho de conocimiento público que el texto curatorial escrito por Nicolás Tarnawiecki, tanto en el catálogo impreso como en la pared a la entrada de la sala, fue construido a través de plagios. La Alianza Francesa emitió un comunicado calificando el plagio como “omisión de citas”, adjuntando una carta donde el curador sostiene que se trata de un error no intencional, y presentando un texto rectificado. Curiosamente, ni Tarnawiecki ni la Alianza consignaron debidamente que los documentos plagiados fueron cinco en total. Es decir, la institución no se tomó el trabajo de analizar el texto y evaluar la justificación del curador antes de emitir el comunicado oficial.

Pero más curioso aún resulta que ni Tarnawiecki ni los artistas involucrados en el concurso –excepto Raúl Silva, quien forma parte del blog Mañana, donde se ha difundido un documento que compara los plagios con los textos originales- hayan compartido en redes sociales el comunicado de la Alianza, junto al nuevo texto que, ahora sí, sustentaría la propuesta curatorial que operó como marco para la presentación pública de sus obras. ¿Qué significa que muchas personas sepan de esto pero haya poco comentario sobre un caso tan revelador del estado actual del arte contemporáneo local? Parece primar un criterio personalista en el tratamiento del caso, convirtiéndolo rápidamente en un asunto de adhesiones o rechazos en términos estrictamente amicales. Quisiera, contra ello, pensar este hecho más allá de Tarnawiecki, aunque será inevitable que ocupe un lugar central en lo que sigue.

El sistema institucional del arte contemporáneo otorga al texto una función específica, a saber, la de establecer una mediación entre la obra y el público. A veces son los mismos artistas los que elaboran sus textos, pero la función textual está asociada con la figura del curador. En dicho agente recae la responsabilidad de hacer explícita la orientación general de la exhibición y de las obras, de establecer el marco que vuelva inteligible lo que sea que contenga el espacio expositivo.

Pues bien, obviando los múltiples debates que desde hace décadas reflexionan críticamente sobre las prácticas curatoriales, en su operatividad corriente se trata de una función que se encarga de escribir el texto. En Lima es usual encontrar la figura del curador como aquel que escribe el texto de la muestra y legitima a nivel discursivo lo que los artistas proponen a nivel no-discursivo. Es decir, el texto curatorial es un requisito para exhibir, por lo que muchos artistas buscan que alguien acceda a escribir el texto y, así, aparezca como quien “cura” la exhibición. Una mínima reflexión sobre la curaduría rápidamente trasciende este sentido común y hace de ella una práctica más compleja, como muchas exposiciones en la ciudad lo evidencian cada vez más. Sin embargo, me interesa entender esta acepción común de la curaduría como un indicador de que el texto es un requisito indispensable para la “presentación en sociedad” del arte.

¿Qué implica que el texto curatorial de Pasaporte sea un montaje de plagios? A primera vista, podríamos decir que al curador poco le importa generar nuevos marcos conceptuales para comprender las obras de la exhibición o, de forma más sencilla, establecer un marco suficiente para discutir las propuestas artísticas. La mezcla casi arbitraria de textos informa que el curador no ha apostado por producir ningún tipo de reflexión sobre las obras, sino únicamente reproducir sentidos comunes asociados al arte y la memoria. No es poco significativo que uno de los textos plagiados sea el conocido “Los lugares de la memoria…” de Anna María Guasch, un texto básico y bastante empleado en los entornos de enseñanza artística, que expresa cierto consenso actual sobre la forma en que el arte se articula con la memoria histórica. 

Dice Guasch que el arte emplea los mecanismos de la narración para reflexionar sobre la historia social y la memoria, “pero en ningún caso se trata de una narración lineal e irreversible, sino que se presenta bajo una forma abierta, reposicionable, que evidencia la posibilidad de una lectura inagotable.” (p. 158) Es decir, Guasch sostiene –como tantos otros autores- que el arte produce significaciones abiertas, que permite múltiples lecturas y que no determina su sentido de antemano. En ello radicaría tanto la especificidad del quehacer artístico como su virtud, aquello que hace del arte una práctica necesaria para la memoria colectiva. Así, la cita anterior –plagiada tanto en el impreso como en el texto de pared- establece un marco común a todas las obras de la exhibición de Pasaporte: ninguna de ellas buscará representar la historia, sino resignificarla de forma abierta y no definitiva.

Esas ideas bien podrían haber sido escritas con las propias palabras del curador, pues a fin de cuentas se trata de un sentido común sobre la lógica bajo la que opera el arte contemporáneo. Llama la atención la necesidad de producir un texto que aparente cierto rigor académico, cuando es sabido que en nuestro medio pocos textos curatoriales son construidos a través de dichos estándares. Tanto en el texto original como en el texto rectificado encontramos un conjunto de ideas bastante generales: la función de resignificación del arte ante la historia; la pluralidad de voces que se manifiestan en la obra de arte; el arte trabaja de forma no-lineal, contra la idea de pasado, presente y futuro; el discurso propio del arte no es un discurso racional, etc. Estos lugares comunes nos invitan, más allá del plagio, a discutir los fundamentos teóricos de la curaduría y la función que cumple en el arte contemporáneo.

Por otro lado, el poco interés por parte de los artistas de la muestra en que la rectificación curatorial se haga pública lleva a reflexionar sobre qué importancia tiene, para ellos, el contenido concreto del texto. Al parecer, mientras la función curatorial sea cumplida, poco interesa el debate que ésta pueda generar. Antes bien, el texto curatorial es visto como un accesorio a las obras, que no las compromete realmente y, por ello mismo, poco importará si el texto es plagiado o si se trata de ideas y argumentos propios. Es lamentable que los involucrados en la exhibición no hayan tomado distancia del plagio y, sobre todo, discutido públicamente en qué medida esto afecta -o no- a sus propuestas artísticas. La Alianza, por su parte, demostró la misma falta de rigor al no ahondar en el análisis de los plagios, difundiendo un nuevo texto curatorial cuya única diferencia con el plagiado es haber puesto las citas entre comillas, es decir, casi la totalidad del texto.

Esta situación parece indicar que, en nuestro medio, el texto curatorial es una suerte de moneda que hace circular al arte contemporáneo, sabiendo que ésta, por definición, no es más que un medio de intercambio. Más allá de las imágenes del Perú que nuestras monedas actuales presenten en uno de sus lados, a efectos del intercambio nada importa si se trata de un textil Paracas o de la Estela de Raimondi: lo único relevante es que sea una moneda de un sol que permita obtener ciertas cosas. De la misma forma, nada importa el contenido del texto curatorial, sino tan solo que exista, pese a que nadie lo entienda o, como muchas veces sucede, que no diga nada.