El crítico y curador David Flores-Hora discrepa con el análisis del resultado del concurso Pasaporte para un artista que ofrecí aquí. Expone dos razones: 1. Sostiene que mi análisis es superficial, pues el jurado (compuesto por Carlo Trivelli, Juan Diego Tobalina y él) premió no sólo la instalación de Fernando Prieto, sino la dinámica que propuso para obtener las respuestas a su pregunta y 2. Sostiene que cuando digo que “todo está perdido” me deslizo hacia una posición peligrosamente intolerante. Antes de responder, quiero subrayar dos cosas: primero, que el autor plantee su crítica en dos partes (hasta el momento solo ha presentado la primera) me obligaría a esperar una semana para contestarle, pero asumo que el debate podrá continuar en su columna de la semana que viene.

El otro anzuelo que Flores-Hora lanza es una “pregunta” donde arriesga que una obra con el rostro de Fujimori o Montesinos, junto a la frase Nunca más, cumpliría con mis exigencias de un arte que tome posición política. Lejos de ello, dicha caricatura responde a sus propias expectativas sobre el arte político por vía negativa, al plantearla como lo contrario a la obra que él sancionó ganadora. Tal vez piense que, contra ese tipo de arte “panfletario” que yo desearía ver premiado –cosa imposible de sostener a través de mi crítica-, lo de Prieto cumplió con el encargo de hacer un arte “realmente político” para la situación actual del país. Lo dejo en su cancha, pues me ocupé de sustentar que mi crítica no apunta a ese debate. Aquel párrafo es la sección más impresionista de una breve columna donde no encuentro defensa alguna de la obra premiada, sino una descalificación de mis argumentos al reducirlos hasta el absurdo.  

Ahora bien, una de las premisas explícitas de mi crítica fue analizar la relación entre las preguntas que Pasaporte estableció como terreno común para el concurso y la obra ganadora: como conjunto, la instalación de Prieto responde a las preguntas del certamen. (1) El jurado podría argumentar que ellos no se guiaron por dichas preguntas para evaluar las obras, sino que siguieron criterios estrictamente circunscritos a la experiencia de las obras “en sala”. Sin embargo, Flores-Hora sostiene que mi error es pensar que la instalación de Prieto es solo una instalación, es decir, mi análisis sería superficial al no reparar en el proceso conceptual invisible (la dinámica para obtener respuestas) que la sostiene. Por el contrario, mi crítica estuvo centrada principalmente en analizar su proceso conceptual, tal como Prieto lo presentó en su texto explicativo, a fin de discutir las bases ideológicas sobre las que se construye su proyecto. Nada dice Flores-Hora sobre la consistencia o insuficiencia de mi análisis. En vez de proponer otros argumentos que contrarresten los que propuse, sostiene que me he deslizado hacia una "peligrosa posición intolerante". Veamos.  

Resulta curioso que para criticar mi crítica Flores-Hora eche mano de las mismas premisas ideológicas que Prieto emplea: el problema principal con mis argumentos es que, al cuestionar la forma como se han obtenido y presentado las opiniones sobre las causas de la violencia política en el Perú, incurro en una suerte de herejía contra el espacio democrático que Prieto ha construido. Mis argumentos, entonces, no tienen lugar. Así, la postura de Flores-Hora habilita la idea de que todas las opiniones que la obra exhibe son cuestionables, pero el marco en el que se presentan debe permanecer intocado. ¿Con qué argumento sostiene que mi crítica es inválida? Parece apelar a que el arte es “incuestionable”, cancelando toda crítica de la obra de Prieto en la medida en que ésta se plantea como un “marco democrático” donde las opiniones podrán ser emitidas sin juicio ni crítica alguna. Lejos de fundamentar su defensa, Flores-Hora sostiene que mi frase “todo está perdido” es una frase intolerante. Sin embargo, ¿En qué contexto fue dicha? En mi texto anterior sostuve que:

Resulta problemático que [Prieto y el concurso] desestime la necesidad de una verdad histórica que permita discutir las opiniones recogidas. Desde luego, dicha verdad estará sujeta a la constante dialéctica entre consenso y disenso, pero si se renuncia a ella creo que podemos decir, sin fatalismo alguno, que todo está perdido. (cursivas añadidas)

La frase en cuestión subraya un problema mayor que encuentro en la obra premiada: la inexistencia de una pregunta por la verdad o falsedad de las opiniones recogidas, es decir, la apuesta del artista –al calor del jurado- por la neutralidad y por el gesto políticamente correcto de permitir que todos digan lo que quieran. No he abogado por una noción de verdad que elimine esas opiniones, sino por una que las contraste en virtud de una historia colectiva en la que éstas, lo acepten o no, se encuentran inscritas (la pregunta misma de Prieto supone esa historia común. Recordémosla: “¿Cuáles crees que fueron las causas del surgimiento de grupos subversivos en el Perú de los años 70’s y 80’s?”). Flores-Hora apuesta por descontextualizar mi frase, así como Prieto apuesta por descontextualizar todas las opiniones que ha recogido. Pero lo que en Prieto es parte de un proyecto artístico que, al haber ganado el concurso, merece ser discutido, en Flores-Hora se convierte en una jugada sensacionalista. 

El núcleo de la crítica de Flores-Hora consiste en sostener que soy peligrosamente intolerante. ¿Por qué? Según el autor, el mero escribir “todo está perdido” es una prueba indiscutible de dicha actitud. Sin embargo, lo que he hecho es cuestionar la ideología que alimenta y sostiene la obra de Prieto, que ahora se hace extensiva a un miembro del jurado que defiende tanto la obra como su decisión que, ahora queda claro, resulta inapelable. Sin embargo, en vez de exponer las razones que lo llevaron a premiarla, Flores-Hora prefiere el camino fácil de denunciarme usando un fetiche (la intolerancia) que, por acto de magia, lo llevará a una posición políticamente elevada y digna, descartando mi crítica y lanzando un guiño a todos los llamados a condenarme por cuestionar lo supuestamente incuestionable. 

Lo curioso es que haya optado por decir que mi posición es peligrosa, y no puedo sino preguntarme qué peligra ante la crítica que propuse. Tal vez peligra una visión (auto)complaciente del arte que no está dispuesta a entrar en un debate que exponga las razones que lo sostienen. O tal vez peligre una concepción del arte como una actividad que se encuentra más allá del éxito o fracaso, es decir, que no es –ni debe ser- evaluada por criterios que no sean estrictamente artísticos. Si ello es así, ¿cuáles son esos criterios? El concurso planteó de saque una pregunta específica por la relación entre el arte y la historia del Perú contemporáneo, y mi argumento es que se trata de una mala respuesta a dicha pregunta. Es decir, se trata de una respuesta que cancela toda posibilidad de discutir los marcos comunes –las verdades históricas- que habilitan las opiniones expuestas por Prieto. 

De forma más precisa: se trata de una respuesta que convierte las opiniones en fetiches del pluralismo, en vez de preguntarse por su contenido y por el contexto histórico en el que aparecen. Algunas de las respuestas a la pregunta que Prieto lanzó sostienen que fue “Por culpa de Velasco y Bermúdez”, “La desigualdad”, “El marxismo”, “La Corrupción. Cada vez que un peruano comete un acto de corrupción alimenta la futura violencia. La corrupción genera pobreza y violencia, siempre”, “Grupos subversivos? Será grupos terroristas”, “La ignorancia”, “Las condiciones estaban dadas: 1.- Había un porqué: desigualdad económica, social y cultural; 2.- Estaban los actores conformados por los grupos del PC divididos desde la ruptura en 1963; 3.-Existían los antecedentes: la revolución cubana, la revolución cultural china y las guerrillas sudamericanas e incluso peruanas…” (sigue respuesta), “Fue terrorismo!!!!!!”; “Ausencia del gobierno al interior del país” y un largo etcétera. En un primer nivel, las contradicciones en las que entran todas esas opiniones han sido reconciliadas de antemano por el artista, pues su premisa es que no emitirá juicio alguno sobre ellas. A Prieto no le interesa el contenido de dichas opiniones, sino el que sean emitidas con libertad. Pues bien, sostuve que ni al apelar a la perspectiva curatorial planteada por Nicolás Tarnawiecki es comprensible que la obra de Prieto haya ganado: la obra ha cancelado el carácter contradictorio de las opiniones, presentándolas desde una mirada estrictamente cuantitativa que, bajo sus premisas, permite evidenciar la pluralidad de puntos de vista que dan forma a nuestro país.

En un segundo nivel de análisis, el problema con ello es que las opiniones aparecen como el único espacio desde el cual pensar la historia de la violencia política en nuestro país, negando el hecho de que ellas se emiten en un campo social atravesado por contradicciones, negaciones, usos concretos y estratégicos de la historia y la memoria, etc. Pero también por verdades. Lo que desaparece bajo el minimalismo de la instalación es el contexto del que esas opiniones emergen, presentando materiales que bien podrían alimentar una elaboración más compleja que discuta las opiniones a través de las disputas por la historia (desde luego, aquel sería otro proyecto artístico). Contra ello, el gesto ideológico de Prieto es transparente: no solo se trata de recoger y exponer las opiniones sin juicio alguno –sin tomar posición-, sino que sostiene que su gesto es necesario para el reconocimiento de todos los individuos-ladrillos que construirán el Perú del mañana. En su instalación toda contradicción, lejos de ser pensada, aparece como suprimida de antemano. 

Si de reconocimiento se trata, creo que no reconocer la dimensión en la que el arte falla lo reduce a una especie de ornamento que todos deberíamos celebrar irreflexivamente, cancelando su agencia, es decir, aquella dimensión en la que la producción artística pone en escena un sujeto con el que es posible entablar un debate crítico. Eso es lo que busqué hacer con la obra de Prieto: discutir su horizonte ideológico y preguntarme por qué, para el concurso (y su jurado), aquel horizonte resulta ejemplar y deseable para pensar el arte como una práctica crítica o política en nuestro país.  

Notas:   

(1) Esto, por cierto, es lo contrario a lo que Luis Lama sostuvo en su columna semanal en Caretas (Edición 2455), donde afirmó que pese a que Pasaporte sea un concurso fallido –en lo que coincidimos-, la obra de Prieto es indudablemente la mejor. Mi premisa es, como ya dije, leer al concurso y a la obra ganadora como un bloque indisociable que permite reflexionar sobre el “arte crítico” actual y sus soportes institucionales.