El crítico de arte Douglas Crimp, en su comentario a la exhibición Pictures –realizada en Nueva York en 1977- recogió de un diccionario para niños una definición poco usual de la memoria: aquello con lo que olvido. A diferencia de las acepciones positivas del término que privilegian el recuerdo, aquella definición pone a la capacidad de olvidar en el centro, invitando a pensar cuál es la que ponemos en uso. La historia peruana reciente es usualmente enfrentada desde la definición positiva, asumiendo que lo que tenemos que hacer es recordarlo todo, pero la inercia de los últimos años demuestra que, cada vez más -y lejos de ser tan sencillo- se hace necesario conocer el conflicto armado antes que recordarlo. Creo, además, que conocer no equivale a “narrar los hechos” y por ello este texto no relata el autogolpe de Alberto Fujimori del 5 de Abril de 1992, sino que gira alrededor de una imagen que proviene del día siguiente:

archivo santiago quintanilla

La portada del diario La República presentó su sección inferior en blanco, cerrando el recuento general de las medidas que Fujimori, un domingo como ayer, anunciaba al país mediante el mensaje presidencial de donde proviene la famosa frase “Disolver, disolver temporalmente el congreso…”. Un espacio vacío que registra la ausencia del comentario propio a la noticia, debido al control que las fuerzas armadas realizaron la noche del domingo en los principales medios de comunicación. Pero el gesto estético más potente estuvo en las tres páginas interiores dejadas en blanco, en la sección de política:

archivo santiago quintanilla

archivo santiago quintanilla

archivo santiago quintanilla

Un encabezado acompañado únicamente por algunos rastros de una diagramación sin textos ni fotografías, pues no era posible narrar la noticia desde la posición ideológica del diario. Pero aquellas páginas en blanco, sin duda, toman posición respecto de los sucesos al hacer visible la censura misma a nivel nacional. No está demás imaginar las posibles formas en que fue recibido el diario aquella mañana. Desde luego, podría también decirse que es un caso de autocensura, pues finalmente aceptaron la imposición dictatorial de cancelar su discurso. 

Contra ello, creo más importante valorar el gesto de hacer circular la ausencia de la noticia como una forma de dejar una huella material de la censura y mostrarle a todo el país las consecuencias directas del autogolpe: la producción de un modelo de subjetividad –una forma de ser y sentir- que acoja sin reparos la reducción de la ciudadanía al consumo, que renuncie a la posibilidad de la acción política, que desconfíe de todos y enreje sus calles y levante los muros de sus casas, que privilegie la técnica y aborrezca la política, que prefiera la inversión privada por sobre la pública y el centro comercial antes que el parque, y que, finalmente, crea que todo esto es por su propio bien.

Un autogolpe aprobado por el sentir popular y que hoy sobrevive, como sentido común, en aquellos que repiten que “es lo que había que hacer” para remontar la crisis económica y –pese a que está harto comprobado que nada tuvo que ver- derrotar a Sendero Luminoso. Con todo esto habría que llenar esas páginas en blanco. Las imágenes de La República nos muestran que la cancelación y negación de lo político fue el principal objetivo del autogolpe, al punto en que todos los rasgos subjetivos que describen a “las inmensas mayorías” mencionados más arriba, son percibidos como formas de ser auténticamente nacionales. Ese sujeto es celebrado por el circo nacional-consumista de la Marca Perú ante el mercado mundial, volviendo natural esa “cultura” neoliberal que es producto directo de la historia reciente. El vacío de la portada sería comentado años más tarde por el artista Santiago Quintanilla, quien completaba la imagen con un tanque que ilustra la noticia:

Santiago Quintanilla
1992 Autogolpe ( de la serie Lo Mejor Está Por Venir)
Serigrafía intervenida con pintura acrílica
39 x 31 cm
2008

Pese a la voluntad de Quintanilla por intervenir la portada, un tanque no resume en una imagen las múltiples significaciones que el 5 de abril del ’92 impone sobre la composición del Perú actual, pero registra la necesidad de darle forma –a través del arte- a esa gravedad histórica que hoy parece simplemente irrepresentable. Y es que ante el excesivo y banal bombardeo cotidiano de información, se hace más difícil insistir en aquellas imágenes que permitan pensar por fuera de los consensos que definen el sentido común actual, como el reconocimiento que el fujimorismo goza hoy en día como una fuerza política legítima, cuando hace un par de décadas era inequívocamente signado como una mafia. Una imagen del Expediente Santiago (Martin Rivas) de Alfredo Márquez muestra precisamente esa palabra hoy borrada de los medios de comunicación:

Alfredo Márquez
Sin título, de la serie Expediente Santiago
Serigrafía sobre papel clupak
70 x 85 cm
2014

Una mafia que hoy participa de la “fiesta democrática” y cuya heredera aspira a ocupar el sillón presidencial no puede ser resultado sino de un consenso que se ha asentado eficazmente en la sociedad. Aún más, que otro candidato a la presidencia pueda emprender su campaña mediática anunciando que, de ser elegido, el día mismo en que inicie su mandato indultará a Fujimori “porque tenemos que perdonarlo” muestra claramente que la limpieza facial del fujimorismo ya no solamente es un interés programático de su partido, sino una forma de sellar con el silencio generalizado la historia de un régimen que aprovechaba el día para disolver el congreso y reactivar la economía, mientras por la noche enviaba a su escuadrón de la muerte –me refiero al Grupo Colina- a borrar vidas inocentes. 

Sobre este terreno, no sorprende que el MOVADEF hoy busque limpiarle la cara al senderismo y se arrogue un discurso de reconciliación nacional, ni que Castañeda haga lo que le da la gana con el espacio público: hay mucho interés por disolver las huellas de las contradicciones que asaltan la historia peruana reciente, y el 5 de abril del ’92 preparó la cancha para que esto suceda con la total indiferencia –porque no es propiamente aprobación- que caracteriza al sujeto producido por el shock fujimontesinista. Ese mismo que se celebra exóticamente en todo el mundo y que confía ciegamente en que “el Perú avanza”, aunque no sepa bien a dónde ni por qué. Ni le interese realmente.